martes, 27 de agosto de 2013

El librero tarambana

Se va acabando el verano y los libreros ya han aprendido cómo mantener un gran fondo en la librería. Es muy sencillo: de todos los encargos que hagan los clientes, hay que pedir dos o tres ejemplares.

La Librería Fuenfría es, quizá como todas, obra de sus lectores.

En este caso llevaba muchos años de funcionamiento con el maestro librero Eduardo Gómez de Enterría y, por tanto, ya tiene muchos clientes que encargan aquí sus libros. De esas elecciones se fían los aprendices de libreros: cuando les piden Lectura y locura, de Chesterton, ellos encargan dos; si alguien quiere Klaus y Lucas, de Agota Kristof, pues se piden tres y asunto concluido.

Los libreros aprendices se fían de los clientes del maestro librero, porque saben que tienen criterio y buen gusto.

En Cercedilla no sólo hay buenos lectores, sino que también tenemos un clásico, que viene al pueblo en cuanto sale el sol: Luis Mateo Díez.

Si hace bueno, podemos ver a nuestro clásico de paseo, tomando algo con los nietos o en la tertulia de Peña Pintada, como sucedió el otro día.

Nadie podía presentar mejor a Luis Mateo que Eduardo, el maestro librero.

Eduardo entre Margarita y Luis Mateo

La tertulia estaba bastante a rebosar, la verdad sea dicha:


Hablamos de La piedra en el corazón, una de las obras menos complacientes de Luis Mateo, que más exige al lector. Tanto es así que algunas páginas se leen más como cálculo en el riñón que como piedra en el corazón. Y sin embargo, una de sus obras más misteriosas: por despojada, por su trayectoria de flecha que alcanza su blanco en línea recta, por su ausencia de piedad y su casi ensañamiento. Una novela que habla de la culpa, pero también del daño. Del dolor, aunque sin olvidar el cálculo, los asientos contables del comercio de emociones, el arqueo de caja del corazón y su inevitable quebranto de moneda.

Generoso, como siempre, Luis Mateo nos dedicó horas, se dejó preguntar de todo, recibió con la misma alegría parabienes y reclamaciones.

Nos contó que su escritura eran "maneras de emboscarse", "el arte de buscar un escondite"; nos habló de su infancia y el desván del ayuntamiento en la posguerra; mencionó arquetipos entre Jung y Propp, esos nervios alrededor de los que se teje toda narración: el estanque, el castigo, la doncella, etc. Y tampoco dejó de recordar que, como un personaje de relato clásico: "Estoy en deuda con mi destino, como lo estamos todos".



También se alegró de que la Librería Fuenfría siguiera y le deseo suerte. Que fuera con los nuevos libreros, tan bulliciosos y buscarruidos, tan bien que como había ido con Eduardo, el maestro librero apacible y comedido.

-Que vaya bien el tránsito del librero esfinge al librero tarambana.

Así lo resumió, asestándole al nuevo librero un mote definitivo.

Cuando todo un clásico te endosa un mote, hay que llevarlo como una condecoración.

El librero, al llegar a casa, miró el diccionario académico y no dejó de darle la razón a Luis Mateo. Una esfinge se llama a quien "adopta una actitud reservada o enigmática", mientras que tarambana es la "persona alocada, de poco juicio".

La charla seguía y, como de costumbre, al anochecer, aún bajo el palio sonrosado de la luz crepuscular, Pedro sacó su frontal para leer poesías que el librero tarambana escuchaba embobado:




Así nos vio la querida Amai, multiplicando la librería otra vez, así dibujó al librero esfinge, al tarambana y a la librera resplandeciente:


Gracias, Amai.

No hay comentarios:

Publicar un comentario