viernes, 20 de diciembre de 2013

Emiliano Monge ganó el premio

Emiliano Monge, escritor mexicano, acaba de ganar el premio Otras voces, otros ámbitos. ¡Enhorabuena!

El premio lo conceden Ámbito Cultural de El Corte Inglés y Hotel Kafka.

Es un premio, por así decir, de segunda oportunidad. Sólo pueden optar al premio novelas que hayan vendido menos de tres mil ejemplares y que hayan pasado inadvertidas. La idea es que el premio conceda una segunda oportunidad a una novela que no ha tenido la suerte que merecía (en opinión del jurado). El jurado está compuesto por un centenar de personas que entre críticos, escritores, libreros, editores y todos los relacionados con el libro. No se reúne ni discute ni existe la posibilidad de manipular: cada uno vota a quien quiere y luego se echan cuentas, así de fácil y transparente.

Dado que se publica demasiado y que el ciclo de vida de un libro es como el de una lombriz o el de la mosca del vinagre (apenas aguantan un par de meses en las librerías), parece un premio indispensable, a juicio del librero uno de los más interesantes que se conceden en España.

El librero tarambana acudió a la entrega del codiciado galardón y lo hizo en calidad de ejemplo: de no ser por este premio, el librero no habría prestado atención a El cielo árido.



Ahora la ha leído y certifica que se merece esta segunda oportunidad o, dicho de otra forma, nos la merecemos todos los lectores.

Fue una mañana muy agradable, sobre todo por la simpatía de Emiliano y por lo buena gente que es, y a pesar de que no encontramos un tequila decente y tuvimos que beber whisky.

El tarambana, Ramón Pernas y Emiliano Monge

Aquí está Emiliano recibiendo la estatua de manos de Ramón Pernas:




Ésta ha sido la quinta convocatoria del premio, que en ediciones anteriores recibieron el mexicano Yuri Herrera, con Los trabajos del reino; la argentina Aurora Venturini, con Las primas; y el español Luis Magrinyà, con Habitación doble.

Todas son excelentes novelas.

Como también lo es Padres, hijos y primates, de Jon Bilbao, que obtuvo el premio el año pasado, en la cuarta convocatoria. El tarambana, se ha equivocado, pero gracias a la querida Margarita Sañudo ha recuperado la memoria de aquella entrega de premio en la que el tarambana estuvo con Margarita, eso es lo único que recordaba.

martes, 17 de diciembre de 2013

Menú de Navidad

¿Qué piensas leer en Navidad? ¿El Premio Planeta, como quien cena langostinos? ¿Una mariscada de Pérez-Reverte para que luego tengas flatulencias toda la noche? ¿Una novela Nocilla para quedarte con hambre y las tripas llenas de telarañas?

Prueba el Menú de Navidad que, con ayuda de sabios consejeros y archimandritas literarios, ha elaborado la Librería Fuenfría un menú enérgico en paladar, con burbujas y algo melancólico y soñador de digestión.

Y, para afrontar la cuesta de enero, ninguno de los exquisitos platos sobrepasa los quince euros.

PRIMER PLATO:

Adiós, muñeca, de Raymond Chandler. 11,95

SEGUNDO PLATO:

Anna Karénina, de Lev Tolstói. 14.90

POSTRE:

Desayuno en Tiffany's, de Truman Capote. 15.00

Como de costumbre, más clásicos que novedades.

En Librería Fuenfría, los libreros no insisten demasiado en las novedades. Quizá en aparatos, el último sea mejor, pero en libros...

Para quien no haya leído a Chandler, ¿qué mejor novedad que empezar Adiós, muñeca y quedarse desvelado leyendo? Para quien ya lo haya leído, es como encontrarse por la calle con un amigo del bachillerato y volver a casa a gatas, con la conciencia alterada y los ojos empañados.

Para el librero, Chandler es uno de los mejores y la posibilidad de leer en bolsillo, tan barato, un libro como éste es una maravilla. La traducción es de César Aira y añade, como aperitivo o para picar en el centro, tres novelitas pulp muy interesantes, porque las había publicado ya en Black Mask y Dime Detective, pero las hizo carne picada y los reutilizó a la hora de guisar Adiós, Muñeca. Son "El hombre que amaba a los perros", "Busquen a la chica" y "El jade del mandarín".




Pero en Navidad hay que tomar un plato fuerte e inolvidable. Si te atreves.



Lo que hace el amigo Luis Magrinyá en editorial Alba es un milagro, como si nos tocara por fin la lotería. La Karénina en una edición muy cómodo de leer, con una traducción de Vicente Gallego que es tan impecable que ha recibido varios premios, y todo por quince euros.

Para el librero está siendo una felicidad volver a empezar esta novela, que parece siempre nueva, recién escrita, y volver a ver despertarse a Stépan Arkádevich Oblonski. ese tipo al que, a su edad, "las opiniones le resultaban tan indispensables como el sombrero", aunque, como es natural: "él no elegía sus puntos de vista y opiniones, sino que unos y otras venían por sí mismos, de la misma manera que tampoco elegía la forma de su sombrero o el corte de su levita: llevaba lo que estaba de moda":

La verdad es que, una vez que uno se  mete en esta novela, cuesta un gran trabajo dejar de leer, aunque sea sólo para ir a hacer pis.

Atrévete.

Para contrastar con un plato así, hace falta algo liviano, burbujeante y con el fondo ácido del champagne.



Nada más parecido a un postre dulce que este clásico de Capote, aunque deje un sabor amargo. Nada más tentador que pasar las fiestas con dos mujeres tan distintas y tan atractivas como Anna Karénina y Holly Golightly.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Nueva tertulia en Peña Pintada con Isaac Rosa

"La novela de tu generación", eso dice una faja que le han puesto a La habitación oscura, que es el libro del que vamos a charlar el jueves 28 de noviembre en Peña Pintada, con la presencia de su autor, Isaac Rosa. 

El librero se queda un poco perplejo, porque le ha vendido ejemplares de esta novela a un muchacho de veinte años que iba en chándal, a un sacerdote valetudinario con sotana, a una mujer titubeante y en una edad difícil, a un padre de familia con chaleco de cazador y un 4x4, a una adolescente turbia y tímida  desvestida con una camiseta hecha jirones y que llevaba al menos un piercing en la lengua. Quizá tuviera otros en lugares que no estaban, ¡ay!, a la vista del librero, nunca se sabe.

Qué generación tan acogedora y tan espaciosa debe de ser esa que a tantas edades admite.




Parece, más que una generación, un estado de ánimo capaz de abarcar el sentimiento de varias generaciones. O quizá una sociedad entera que ahora tiene la misma edad que los personajes de Isaac, las mismas dudas, el mismo desconcierto cuando se enciende la luz.

Hay novelas que, una vez leídas, resulta que no eran más que la catedral de Burgos fabricada con palillos de dientes. Novelas decorativas, como un tapete de ganchillo que sólo sirve para ponerlo en el brazo de un sillón o encima de la tele, como si hubieran sido escritas por esa tía solterona con moño y enaguas. Filigranas superferolíticas sobre los enamoramientos o la dificultad de escribir para quien preferiría no hacerlo.Hay novelas que al librero le parecen una bandejita de petit fours envuelta con bramante, que sólo sirven para llevar de regalo y ante las que un buen anfitrión puede decir o hasta exclamar "¡qué ideales!" o "¡están de rechupete!", pero ante las que un lector no encuentra más que nada entre dos platos.

Las novelas de Isaac en cambio van dirigidas a lectores, no a las visitas. A quienes hacen algo con lo que leen, no a quienes se conforman con decir o hasta exclamar "¡qué monada!" y colocarlo en el brazo del sillón, en un búcaro con agua o en la estantería.

¿Qué hacemos?

Esa es la pregunta sobre la que vamos a hablar con Isaac el jueves, en Peña Pintada, sentados junto a la chimenea.

El librero admira a Isaac Rosa, con quien le encanta tomar cervezas y a quien envidia cuando le lee. ¿Cómo rayos puede escribir con una pasión tan certera?

A veces le recuerda a Bertolt Brecht. Es claro, afilado, contundente y piensa en voz alta, dialogando. También sabe que "lo difícil se aprende en seguida y lo hermoso nos cuesta la vida". Como Brecht, escribe para dar forma a la realidad, no para reflejarla. Y su talento tiene, como el de Brecht, una evidente vena teatral. Muchas de sus novelas, como ésta, están a punto de ser obras de teatro. Pocos personajes, escenarios sencillos (que a veces, como en La mano invisible, son un escenario), planteamiento dialéctico de un problema, con personajes y situaciones que van desplegando el conflicto central. Puro teatro.

Cuánto echamos de menos a Brecht y qué bueno es que Rosa nos lo recuerde.

Al librero Isaac Rosa le recuerda mucho a Brecht, no sólo como escritor, sino sobre todo en su presencia, su decencia, su alegría, su aguante para no cansarse y seguir razonando, trabajando, rebelándose.

Como diría Brecht, hay escritores que escriben una buena novela y son buenos. Hay otros que escriben novelas que nos hacen reaccionar y son mejores. Pero los hay que escriben para cada uno de nosotros y esos son los imprescindibles.

¿Qué hacemos con lo que hemos leído en La habitación oscura?

El jueves, a partir de las siete y media, en Piña Pintada, encendemos la luz y discutimos esto con Isaac Rosa.


Bertolt Brecht

Isaac Rosa

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Vuelta a casa

Los días de México quedan atrás para el librero tarambana, que volvió con el corazón destartalado por la nostalgia y el recuerdo de lo bien que lo pasó siendo una más de las chicas de Tusquets: Verónica Flores, Vanessa Fuentes, Lourdes Salgado e Ileana Ortiz. Qué buena compañía, casi dan ganas de recitar:

Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido
como fuera el tarambana
cuando pa México vino.

Y por supuesto con Aixa de la Cruz, a la que, como puede verse en esta foto de Daniel Mordzinski, el librero, a fuer de tarambana,  no le tocó ni un pelo de la ropa:

Aixa y el librero. Foto: Daniel Mordzinski

Hubo una  mesa redonda, moderada por Xabi Ayen y en la que los participantes acabaron tirándose los trastos a la cabeza, aunque empezó de forma pacífica:


Ahí están, de izquierda a derecha Xabi Ayen, nuestro moderador, Marta Sanz, Cristina Morales, el librero tarambana, Martín Casariego, Aixa de la Cruz y Daniel Gascón.

Tanto se empecinó Xabi en moderarles que consiguió sacarles de quicio y, como suele suceder, se lanzaron todos a una sobre él, y Mordzinski lo fotografió:

Xabi agredido por inmoderados ponentes. Foto: Mordzinski
Después de Xalapa, en Ciudad de México el librero fue tan feliz que se le empañaban los ojos. La mañana en la que tenía que volver a Cercedilla, antes de subir al avión, a las ocho y poco, tuvo una entrevista en una tele. Como la noche anterior había estado el librero hasta la madrugada tomando tequila y chicoleando con las princesas de Tusquets, alguien debió de subir a youtube este vídeo, como advertencia a los jóvenes de los peligros del consumo desaforado de espirituosos y sus efectos devastadores, no tanto en el semblante como en el alma misma.


Ahora ya está en Cercedilla el tarambana, dedicado a su ocupaciones habituales:

Jugar al ajedrez con el librero Esfinge

Y, por supuesto, preparar el nuevo Menú Fuenfría, que ya está tardando.

viernes, 18 de octubre de 2013

Nueva tertulia, nuevo menú

El miércoles 23, a eso de las 7 y media de la tarde, tendremos una nueva tertulia en Peña Pintada. Hablaremos de la novela Donde dejé mi alma, de Jérôme Ferrari.

Ferrari ganó el año pasado el premio Goncourt por la novela Sermón sobre la caída de Roma.

La novela que vamos a leer juntos en Peña Pintada es anterior al gran salto a la fama de Ferrari y, en opinión de muchos, aun más potente, más afilada, más indiscutible. El autor la ha definido como un intento de hacer visible la obscenidad de toda justificación de la violencia. La novela nos sitúa en la batalla de Argel, durante tres días de 1957, en los que el nacionalista argelino Larbi Ben M'hidi es detenido por los paracaidistas franceses y, tras ser torturado, es ahorcado por el general Ausaresses (quien lo reconoció públicamente en el año 2000), aunque su muerte fue presentada como un suicidio.

Ferrari ha explicado que en este libro pretendía poner en actividad la tensión entre lo que se puede comprender y lo que no se puede aceptar. Lo cierto es que también nos empuja, página a página, hacia el lado más sombrío de nuestra propia naturaleza.

El miércoles, con unos vinos y unas cervezas, desmontaremos la novela de Ferrari.




Mientras tanto, la Librería Fuenfría ha preparado un nuevo menú de la casa.

Primer Plato:

Historia de la escritura. De Mesopotamia a nuestros días, de Louis-Jean Calvet.  9, 95

Segundo Plato:

Nadie me mata, de Javier Azpeitia. 17

Postre:

Entre líneas: el cuento o la vida, de Luis Landero. 8,95


La Historia de la escritura es un auténtico clásico, un libro de referencia, que por fin se edita en bolsillo a menos de diez euros. Un fascinante plato para el centro de la mesa, del que ir picando algo sobre ideogramas, pictogramas, sumerios. hititas, jeroglíficos egipcios o glifos mayas. Un plato combinado de signos, métodos de descifrado y enigmas para compartir. Aliñado con la difícil peripecia de lo que los niños aprenden en tan poco tiempo y la humanidad tardó siglos en conseguir. Se puede sazonar al gusto con preguntas y reflexiones en torno a por qué y para qué escribimos. ¿Son todas las escrituras de propiedad, sólo para garantizar la posesión de tierras o bienes? ¿O quizá provienen de un sentimiento grabado a punta de navaja en la corteza de un árbol o detrás de la puerta de un lavabo?




Asistió en una ocasión el librero a una charla sobre Nadie me mata, de Javier Azpeitia. Alguien dijo que la novela trataba de la reencarnación.

-¿Entonces es autobiográfica? -le preguntó el librero al autor.

-¿Por qué dices eso?

-Porque, a partir de los cuarenta años, ¿quién no ha tenido esa sensación de despertarse en el cuerpo de otra persona distinta y, encima, con mucha más barriga? ¿Quién no se siente un extraño cuando se mira al espejo o se pregunta a qué cuerpo pertenece este cansancio que nunca había sentido, estos huesos tan pesados, esta vista borrosa?

Se trata de una novela negra, con su crimen, su asesino, su víctima, su anillo, su policía que investiga, su traidor y su héroe, pero todos ellos son una misma persona, una voz que se va encarnando en cada uno de los elementos del crimen para contarnos, de una forma prismática o cubista, la historia desde dentro, como vista a través de los ojos compuestos de algún insecto (kafkiano, sin duda).

Un excelente plato fuerte que mezcla la agilidad de la narrativa negra con el espesor de los clásicos en lo que, al volver las páginas, se convierte en una inquisición sobre la identidad o, mejor dicho, sobre la fábula del yo, esa ficción solitaria, otro alfabeto indescifrable.




El postre del menú no podía ser más delicado, de sabor más intenso y duradero, que Entre líneas: el cuento o la vida, esa pieza de orfebre que le regalaron dioses, por una vez magnánimos, a Luis Landero.

Convertido en una Santísima Trinidad de Escritor-Lector-Profesor, Landero rememora su relación con los libros y lo hace de una forma tan personal, tan íntima, tan divertida y sugerente que el libro resulta inolvidable.

Puede que sean tres las veces que ya lo ha leído este librero y aún encuentra sorpresas y páginas que parecen recién escritas y añadidas al libro por un impresor travieso.

Para muestra, un botón:

Hay en todo esto un misterio grande que resolver. Me pregunto por qué las generaciones han cuidado tanto la memoria de Diógenes si Diógenes no escribió nada que se conserve, y de su filosofía sólo se saben anécdotas urbanas y reflejos de escuela. Lo de la lámpara, lo del tonel, lo que dijeron luego otros. Me pregunto por qué una hermana mía perdió la medalla de la Primera Comunión, el librito de nácar, una moneda antigua, y conservó sin embargo un ciervito de plástico que le tocó en un paquete de café. ¿Por qué olvidamos hechos decisivos, datos magníficos de mares y monarcas y recordamos el nombre de un gato, la forma de una nube, la tontería que dijo un payaso en el circo, el olor del invierno que perdura en un zócalo? ¿Conoceremos algún día la ley secreta e implacable que nos rige? Recordar a Diógenes y su tonel es ponernos todos de acuerdo sobre la forma de una nube que se borró hace siglos.
Conozco a gente que sólo tiene recuerdos fundamentales. Nada de gatos ni ciervitos, alli todo es nácar y monedas auténticas...

¡Y hasta ahí puedo leer!



¿A qué estás esperando para leerlo tú?

¿Tú recuerdas nácar y monedas o sólo ciervitos de plástico? ¿Nos ponemos de acuerdo en la forma de una nube que ya se borró hace varias tormentas?

Te esperamos el miércoles, hacia las 7 y  media u 8 en Peña Pintada.

domingo, 13 de octubre de 2013

México lindo, novela por entregas. Capítulo primero

De su viaje a México el librero tarambana ha vuelto repleto de vagos, perezosos recuerdos, duraderas nostalgias y arrepentimientos fugaces.

En Cercedilla, al frente de Fuenfría se han quedado la librera y el librero esfinge.

Eduardo, el librero esfinge


El tarambana se despide de la librera


El tarambana ha ido a Xalapa a un "viaje de escritores", al Festival de Hay, y luego a Ciudad de México a promocionar una novela en la que lo único que se lee con interés es lo que no está escrito.

"Viaje de escritores" suena a aullido: he visto a los mejores cerebros de mi generación derribados en salas de espera, desplomados por el tequila, descalzos bajo vigilancia policial; los he visto beber naranjadas radiactivas, acurrucarse con un antifaz puesto, corretear hacia puertas de embarque con el cinturón sujeto entre los dientes y los pantalones colgando. He visto adustos narradores del páramo leonés hechizados, bailando cumbias y merengues con frutales escritoras de verso libre y caderas irrefutables. He visto taxis repletos de galardonados atravesando al amanecer calles desiertas, en busca de la penúltima copa, el penúltimo poeta de provincias de mirada turbia, la penúltima lectora compasiva. He oído los gritos de auxilio de dos jóvenes escritoras atrapadas de noche en un parque cerrado con cadenas y candados. He visto a los mejores talentos narrativos de mi generación como en un campamento de verano, con sus peleas de almohadas, sus pijama-parties, sus traviesos recorridos de puntillas a lo largo del pasillo del hotel, hacia la puerta entreabierta de la habitación de un trémulo vanguardista o de una pizpireta cultivadora del micro-relato; he visto sus tejemanejes, sus escaramuzas, sus refriegas y sus reconciliaciones... Oh, the things we,ve seen!

A todo eso suena, inevitablemente.

Antes los castigos a las travesuras de escritores viajeros estaban en manos de Dios Nuestro Señor, que no necesita ni palo ni piedra. Ahora en cambio la penitencia queda al antojo de las compañías aéreas, que carecen de misericordia. Registros, restricciones, esperas, colas, cacheos y otras medidas de una perfidia púnica. Al poner el pie en un aeropuerto, ¡abandona toda esperanza, pasajero, tú que viajas!

¿Habrá región más inhóspita que un lugar que tiene capilla, pero no sala de fumadores? ¿Qué corazón de piedra pómez pondría todos los medios a su alcance para satisfacer de inmediato el capricho de quien quiera comulgar, pero no el de quien quiera echarse un cigarrillo?

Tras una espera interminable, llegó el librero al mostrador de facturación, donde le dieron paradójicas razones o quizá fueran cuánticas:

--Aquí tienes la tarjeta de embarque para el vuelo a México, pero el vuelo de México a Veracruz ya lo has perdido, te voy a dar un vale para un hotel del aeropuerto y sales mañana en el de las seis de la mañana.

--¿Cómo voy a haber perdido ya un vuelo que sale dentro de quince horas?

--Hazme caso, ya lo has perdido --aseguró, como si le dijera que ya había perdido su alma, con la frialdad de quien se limita a constatar un hecho.

El librero vio detrás, en la cola, todavía a mucha distancia del mostrador, a dos escritores jóvenes. Les advirtió: hemos perdido el siguiente vuelo, el que saldrá está noche de México a Veracruz, salimos mañana a las seis.

--Dime que no es cierto --le suplicó Andrés Neuman.

--Vale, pues no es cierto todavía, pero lo será.

--Dime que todo esto no está sucediendo --insistió Neuman.

--Vale, pero sucederá en unas horas...

--Dime que todo esto sólo es una realidad alternativa --requirió el narrador porteño.

--Vale, Neuman, pero me voy a fumar ahí fuera, ahora nos vemos.

--Nosotros no nos quedaremos en tierra --afirmó Neuman, poniendo la mano en el hombro de Daniel Gascón--. No nos rendiremos. Correremos veloces y abordaremos ese avión a Veracruz,¡ por Tutatis!; nosotros lo lograremos, Reig, ya lo verás... somos jóvenes y rápidos, nada nos detendrá, somos valientes y decididos...

Allí los dejó el librero, haciendo votos y juramentos de que tomarían ese avión o dejarían la vida en el empeño.

Se echó un cigarrito, imaginando a Neuman y su cantimplora de poción mágica que le da fuerzas sobrehumanas para abordar aviones y resistir ahora y siempre al invasor.

El irreductible Neuman


Cuando apagó el cigarrillo ya volvían entusiastas, con la tarjeta de embarque del segundo vuelo en la mano, y Neuman dándole ánimos a Gascón, más bien escéptico y de buen conformar. Neuman, con un abrigo de espiguilla corto y volandero, a veces recordaba a Charles Chaplin, aunque en seguida recuperaba su aspecto de irreductible Astérix. Gascón, como su propio nombre indica, parecía uno de los tres mosqueteros de la reina. Al librero le recordaba al buen amigo Portos.


Daniel Gascón, el escéptico alegre


Luego el librero jugó al ajedrez con Neuman, que tenía la partida ganada, pero no se decidía a sacrificar un peón. El librero pensaba que, si insistía en conservar los tres peones, frente a su alfil bien colocado, las tablas eran inevitables. En cuanto sacrificara uno (o quizá cualquiera de ellos, aunque el más prescindible era el de la columna h), el librero estaba perdido en dos o tres jugadas.

Ah, los peligros del idealismo...

Neuman siguió, empecinado, intentando hacer una tortilla sin romper los huevos, hasta que llamaron a embarcar.

--Tú ganas, Neuman --aceptó el librero--. Basta con entregar un peón para ganar, así que uno-cero, has ganado tú.

El librero se sentó casi al lado de Gascón, con una señora por medio. Así transcurrieron doce interminables horas de vuelo. Gascón corregía una traducción, infatigable, porque cada vez que el librero despertaba veía su rotulador rojo añadiendo enmiendas.

Cuando aterrizó el avión, Neuman tenía ya un pie fuera y la maleta en la mano, dispuesto a correr, con la ayuda del fiel Portos, para saltar en marcha al avión que iba a Veracruz.

El librero se quedó en la cola de Inmigración con los escritores de avanzada edad: Rafael Chirbes y Vicente Molina Foix.

Los tres nos pusimos nuestras gafas de leer para rellenar formularios enigmáticos y algo indiscretos.

--¿"Vía de internación"? Reig, ¿tú crees que un caballero está obligado a confesar su vía de internación? --se asombraba Chirbes--. A mí no me parece decente.

--Pon que aérea --le sugería Molina Fuá.

--¿Internación por el aire? Bueno, eso no compromete a nada, supongo.

A Chirbes le interceptaron en seguida y el librero y Molina Fuá tuvieron que esperar a que la policía le dejara en libertad, de modo que casi la una de la madrugada serían cuando los tres ciudadanos de avanzada edad alcanzaron el hotel del aeropuerto.

--¿Estamos en México? --preguntó Chirbes.

--Sin duda.

--No puede ser, no hemos tomado tequila.

Así que, como primera providencia, el librero y Chirbes se hicieron fuertes en la barra del bar y se pusieron a beber tequila para confirmar que estaban en suelo mexicano.

--Mira el gordito, Reig, eso es amor, para que sepas en qué consiste, que tú no tendrás ni idea. Cómo mira a la cantante. La sigue desde hace tiempo por todos los antros donde ella canta, bares de aeropuerto como éste, gasolineras, clubs de baja estofa... tú no conoces la palabra estofa, Reig, admítelo; o sí la conoces, no te atreves a emplearla... él siempre va muy arreglado, para lo que él acostumbra, date cuenta. Mira qué ojos de ternero degollado, mira y aprende.

El librero no puede dejar de escuchar a Chirbes y así ver el mundo pasado a limpio por la imaginación del gran escritor.

Molina Fua, el polígrafo y cineasta ilicitano, mientras tanto, hacia gestiones desesperadas.

--No es posible para mí levantarme a las cuatro de la mañana --decía--. Sería un mal comienzo para el Festival. Voy a llamar a la organización...

Vicente Molina Fuá, tras haber dormido


En esto, a lo lejos, vieron unas caras conocidas.

--¡Son los muchachos!

El irreductible Astérix y el buen Portos habían perdido el avión, sin que ella mitigara en lo más mínimo su entusiasmo. Al fin y al cabo, tal y como explicó Neuman, se trataba de un cúmulo de fortuitas circunstancias, imprevistos, casualidades, conspiraciones catastróficas y averías técnicas. Sólo eso les había hecho perder el avión, así que, en cierto modo, no es que ellos lo hubieran perdido, sino que el avión les había perdido a ellos, que era algo muy distinto. Así que, en ese caso, que se fastidiara el avión.

El librero durmió un par de horas y oyó golpear en la puerta.

Era Chirbes.

--Ven, Reig, en mi habitación ha habido un tiroteo.

--¿Un tiroteo? ¿Ahora?

--Reciente, muy reciente, vamos a examinarlo.

El librero le acompañó y el gran narrador le enseñó unas muescas en el azulejo del baño.

--¿Lo ves? Disparos. Calibre 22, da la impresión. Fíjate en estas manchas: ¡sangre! Humana, bastante reciente, a juzgar por el color. Si calculas la trayectoria de la bala, comprenderás que alguien que estaba de pie disparó contra otra persona que se hallaba sentada en el váter. Triste asunto, ¿verdad? Quizá pudo evitar la muerte, de un salto, pero entonces se estrellaría de cara contra el bidet, otro triste asunto, muy triste, rostro desfigurado, quizá la mandíbula partida...

--Chirbes, es hora de ir al aeropuerto.

--Venga, te invito a unos huevos rancheros con tequila, el desayuno de los campeones.

--¿Y Molina Fuá?

--Necesita descanso.

Chirbes, el gran fabulador

Tras otro vuelo y una hora en coche, los desamparados escritores llegaron al hotel de Xalapa a las nueve y media de la mañana. Al librero le dieron la habitación 1044. Cuando intentó abrir la puerta, como es habitual, aquella tarjeta no funcionaba. Probó varias veces, hasta que la puerta se abrió desde dentro.

--¿Perdón?

--Perdón...

--¿Qué quería usted?

--Esta es mi habitación, la 1044.

--¿Seguro? También es la mía, la 1044. De hecho, yo ya estoy dentro.

En eso el librero tuvo que admitir que ella tenía razón.

--¿Nos habrán dado la misma habitación a los dos? --preguntó el librero.

--¿Usted cree que la organización del Festival pretende que durmamos juntos? Me sorprendería.

Tenía el pelo mojado, estaba descalza y el librero no sabría decir si su mirada era soñadora o quizá melancólica.

--Pues en ese caso deberíamos presentarnos.

--Soy una escritora argentina --y dijo un nombre.

--Encantado, soy un librero de Cercedilla.

La cortina estaba echada, pero la ventana abierta. Entraba una brisa alegre, así que cerramos la puerta.

(Continuará)






domingo, 29 de septiembre de 2013

Nueva tertulia en Peña PIntada

EL próximo martes 1 de octubre cerraremos antes la librería para poder asistir a un nuevo encuentro en Peña Pintada, esta vez sobre el libro Fracasar mejor, de Jorge Riechmann.

A las 8 donde siempre, porque nos gusta y porque nos divierte.



El libro de Reichmann lleva como subtítulo "(fragmentos, interrogantes, notas, protopoemas y reflexiones)" y algo hay de todo eso.

Aunque..., ¿qué son protopoemas?

Al librero que le registren. El librero, en su infancia so el poder del Caudillo, oyó hablar mucho del "protomártir" por antonomasia, Joaquín Calvo Sotelo, el primero de los caídos por Dios y por España y al que recuerda u olvida cada día más una extraordinaria escultura en forma de proa de barco en la Plaza de Castilla de Madrid.

No merece alguien tan execrable, tan vil como Calvo Sotelo, esa proa de hormigón armado tan airosa.

La proa del protomártir en Madrid


El diccionario informa de que "proto" procede del termino griego que significa primero, y afirma que "indica prioridad, preeminencia o superioridad". Da como ejemplos estos tres: protomártir, protomédico y prototipo.

Protopoemas, en el sentido de poemas prioritarios, preeminentes o superiores, no aparecen en el libro, cree el tarambana, sino más bien pre-poemas, el magma o el destello del que surgirá el poema, tras el trabajo con la maza, la tijera, el cincel y la goma de borrar. Poemas en embrión o mejor en crisálida, en ese estado quiescente y dorado, tras la lectura del periódico, en el que la reacción ante lo leído comienza su trabajosa metamorfosis hasta convertirse en ese insecto alado y adulto que llamamos poema.

Una de las enfermedades profesionales a que se ven expuestos los libreros es la lectura solapada, porque en la librería hay que leer muchas solapas, para ver de qué van los libros, por si alguien pregunta. Pero el lector de solapas a menudo es como el pájaro que picotea la fruta y la echa a perder.Arruina cosechas literarias, destroza huertos enteros, marchita vergeles de prosa y verso.

Si el lector de solapas merece reprensión, quien las escribe en cambio no goza del merecido reconocimiento. Ramón Gómez de la Serna, en su Automoribundia (si no se engaña el librero) hace una vindicación del solapismo como género literario y asegura que él querría ser solapista y no escribir otra cosa.

Olifante, la editorial que publica Fracasar mejor, pone el nombre del autor de la solapa del libro de Riechmann: Alberto García-Teresa.

Al librero le gustaría hacer crítica de solapas, en lugar de crítica de libros enteros. De la de García-Teresa diría que es demasiado ditirámbica para convencer y que incurre en el lugar común, como cuando afirma que el autor se esconde detrás de una puerta para hacer sus bellaquerías con los géneros literarios, al parecer a los indefensos géneros "cruza y los trasciende"; sin ser visto, como se escondía detrás de la puerta aquel muchacho del inolvidable romance de Góngora, sin duda para trascender a la Barbolilla.

...Yo y otros del barrio,
que son más de treinta,
jugaremos cañas
junto a la plazuela,
por que Barbolilla
salga acá y nos vea;
Bárbola, la hija
de la panadera,
la que suele darme
tortas con manteca,
porque algunas veces
hacemos yo y ella
las bellaquerías
detrás de la puerta.

A quien los trasciende, ¿le darán los géneros tortas con manteca? ¿Adjetivos precisos, metáforas gratis, adverbios de regalo?

Me temo que no son tan generosos como la hija de la panadera.

El librero, empecatado sobre tarambana, no puede evitar leer solapas y asombrarse ante la del nuevo libro de Santiago Posteguillo, Circo Máximo.

¿Por qué la editorial Planeta nos oculta el nombre de este solapista genial que ha hecho de la enumeración un arte?

¿No interesa que se sepa?

¿Despertaría la envidia de más de uno o dos?

Así dice el anónimo virtuoso de las solapas:

Hay una vestal, un juicio, inocentes acusados, un abogado brillante, mensajes cifrados, fortalezas inexpugnables, dos aurigas rivales, gladiadores y tres carreras de cuadrigas. Hay un caballo especial, diferente a todos, leyes antiguas olvidadas, sacrificios humanos, amargura y terror, pero también destellos de nobleza y esperanza, como la llama del Templo de Vesta, que mientras arde, preserva Roma. Sólo que algunas noches tiembla. La rueda de la Fortuna comienza a girar.

Hagan juego, ¿no?

Mientras el librero recitaba en voz alta al anónimo solapista de Posteguillo, su sobrina Alicia se quedó dormida en la mesa de la sección infantil, fotografiada por Ricardo Gómez como una exhausta bailarina pintada por Degas:


La bailarina exhausta


El sueño de los justos


Te esperamos en Peña Pintada, el martes a las ocho. 


viernes, 20 de septiembre de 2013

Menú Fuenfría: la vida y los cuentos

Esta semana Fuenfría propone un nuevo menú equilibrado, nutritivo y con el áspero y duradero sabor de la vida bien contada.

Primer plato:

 La expedición de Ursúa y los crímenes de Aguirre, de Robert Southey. 9,95 euros.

Segundo plato:

Antonio B. el Ruso, de Ramiro Pinilla. 24 euros.

Tercer plato:

Cuentos completos, de Truman Capote. 9,90.


El primer plato es un cóctel con sabores que contrastan: una crónica de Indias contada por historiador inglés hacia 1821. Ursúa era al capitán al mando de la expedición en busca de El Dorado, de la que formaba parte, entre otros "espíritus turbulentos" (así los califica Southey), el célebre Lope de Aguirre. Aquellos "espíritus turbulentos", enfrentados a la selva, acaban siendo "el ejército de rufianes más rastreros del Perú" y se sublevan contra el capitán, que muere a manos de sus hombres, con el resultado de que Aguirre, el loco Aguirre, toma el mando. Un corazón de tinieblas en la selva, una novela de aventuras con una indagación moral que late por debajo de cada suceso; y todo ello en el formato idóneo para un primer plato, ya que (seamos sinceros) las excelentes crónicas de Indias a menudo resultan indigestas, como si necesitaran ser rumiadas con dos estómagos y paciencia bovina, mientras que el texto de Southey tiene sólo 165 páginas (contando el prólogo de Pere Gimferrer y la N. de la T., que ocupan 25 páginas).



El plato fuerte es un clásico no tan conocido como debería. Ramiro Pinilla relata en primera persona la vida de Antonio Bayo, apodado el Ruso. Se trata, pues, de una novela basada en hechos reales y, aunque algunos prefiramos los hechos reales basados en novelas, es espectacular. Antonio nació en La Baña, una aldea de León. De cómo era la vida allí en la posguerra da cuenta esta anécdota: una vez visitó aquella región el gobernador con unos jeeps y los "indígenas" creyeron que los vehículos eran animales. Para caerles bien a los dueños de esos animales, le ponían a los jeeps bajo el morro brazadas de hierba, para que comieran. Otro corazón de tiniebla oculto en el interior de nuestro propio país. La vida de Antonio es la de un animal hambriento. Desde niño comienza a robar para comer y acaba teniendo que vivir solo emboscado en la montaña. Conoce la cárcel y el manicomio y su peripecia traza un retrato estremecedor de esta España mía, esta España nuestra... El estilo de Pinilla es directo, adictivo, acelerado por la sucesión de fragmentos que como destellos van descubriéndonos el hilo roto y enredado de una vida acosada. Un plato fuerte con un sabor que sacude el paladar. 



¿Y de postre? ¿Flan de huevo? Pues no, más bien una selección de trufas, unas de chocolate, otras con licor y guindas. Este libro recoge los cuentos de Truman Capote hasta 1965. Los posteriores aparecieron en libro, como el extraordinario Música para camaleones. Es el cimiento de toda la escritura de Capote lo que nos ofrece esta colección, así como algunos de sus relatos más logrados, como los de Navidad, "Mojave" o "Cierro la última puerta", un alegato desconsolador contra todos aquellos que, "cuando la vida pasa con las tetas al aire" (como diría Miguel Hernández), miran para otro lado, intimidados, miran hacia sí mismos, su propio ombligo, su cartera, su miedo a sentirse indefensos. 

Este menú Fuenfría se puede solicitar en plato, servido a pan y manteles, o en cesta de pic-nic para llevar, con un sandwich que lleva una tajada de vida intensa emparedada entre dos jugosas rebanadas de narración en pan de centeno o torta de maíz. 



domingo, 15 de septiembre de 2013

¿Olvidaste una carrera de chapas?

No le desagrada al librero informar de que, una semana más, las ventas de Antonio Orejudo han triplicado a las de Julia Navarro. Otros best-sellers de la semana han sido Victor Hugo, la Historia de la escritura, de Luois-Jean Calvet y Cartas de cumpleaños, de Ted Hughes.

Cuando Borges hablaba de Tolstói, cree recordar el librero, le daban ataques agudos de pereza. Che, decía, una obra total, este... que pelmazo, ¿no? Abarcar la totalidad de la experiencia humana, cuánta avaricia, ¿viste?, ni un gallego en su almacén. Estos tipos se deben de despertar sobresaltados en plena noche, porque recién se acordaron de que faltaba algo: ¡Maldición, olvidé meter en la novela una partida de truco! ¡Qué desastre, che! ¡Qué fracaso! Y sin detenerse ni para hacer pis se pondrán en pijama a añadir un capítulo con la partida de truco o con una regata, porque olvidaron también una regata. ¿viste?

Al librero le hace gracia, pero en sus ratos de novelista tarambana, a veces se despierta de pronto a medianoche como si hubiera sonado una alarma: ¡se me olvidó una escena en que se pincha un balón de reglamento en el patio del colegio, estoy perdido!


Borges haciendo buena letra



¿Y qué pensaría Borges si leyera las cuartas de cubierta de algunos libros que envían a la Librería Fuenfría?

¿Tolstói, el novelista total?

Ja.

Ja, ja.

Tolstói es un para poco al lado de un tal Santiago Posteguillo, que, según dice la editorial, consiguió meter en una sola novela, Los asesinos del emperador, nada menos que todo esto:

Una guerra civil, las fieras del Coliseo, la guardia pretoriana, traiciones, envenenamientos, delatores y poetas, combates en la arena, ejecuciones sumarísimas, el último discípulo de Cristo, el ascenso y la caída de una dinastía imperial, locura y esperanza, la erupción del Vesubio, un puñado de gladiadores, la amistad inquebrantable, Marco Ulpio Trajano, el mito de las amazonas, una gladiadora, nueve emperadores, treinta y cinco años de la historia de Roma. 

Ahí queda eso.

Vale, es cierto, puede que olvidara meter un repartidor de butano y una oblata del Opus Dei felatómana y tartamuda, pero, en conjunto, Posteguillo sin duda durmió bien, satisfecho, con la paz que da el deber cumplido: más no se podía meter.

¿Para qué seguir leyendo otros autores si, una vez leído Posteguillo, poco podrán añadir?

Eso le decía al librero Borja Segovia, después de leer la contraportada:

-Pues igual me llevo éste... ¿Tú has visto? Te lees esto y estás apañado para una buena temporada, trae cuenta.

¡Buen trabajo, Posteguillo!

¡Espabila, Tolstói, que no las pías!

Compare, y si encuentra algo mejor: ¡lea!

Tolstói: olvidó meter una partida de canicas


Posteguillo: no se dejó nada en el tintero
           

martes, 10 de septiembre de 2013

El jueves, tertulia en Peña Pintada

Los jueves, milagro y tertulia.

Es costumbre que, cuando viene un autor invitado a la tertulia, le pidamos consejo sobre nuestra siguiente lectura.

Luis Mateo Díez no titubeó: "Deberíais leer el libro de Juanín", dijo de inmediato.

Pues dicho y hecho, maestro, el jueves 12 de septiembre nos reuniremos a comentar Un amigo en la ciudad, de Juan Aparicio Belmonte.

El regalo es que el autor vendrá a la tertulia: un amigo en Cercedilla.

Es un regalo porque Juan es una de las personas más divertidas y con más afición a discutir (con razón o sin ella) que conoce el librero tarambana.

Juan Aparicio Belmonte


El librero tarambana conoció a Juan hace muchos años, en un viaje en autocar a la Semana Negra de Gijón, en compañía de Ana Merino. O eso cree recordar. Llegaron los tres afónicos y con agujetas de tanto reírse a mandíbula batiente. Luego siguieron viéndose con asiduidad, porque el librero disfruta del humor ácido y lúcido de Juan y agradece su amistad. Ambos comparten muchos principios fundamentales (evitar en cualquier acto hablar antes del amigo Lorenzo Silva, para no ser eclipsados; pedir algo de picar siempre; no cambiar el tono de voz par dirigirse a los niños; mirar sin disimulo a las mujeres; no contar chistes, etc.), pero Juan tiene además una envidiable capacidad para ver el lado ridículo de lo que todos aceptamos sin oponer resistencia, una mirada flaubertiana, diríamos si quisiéramos ponernos estupendos.

Para asombrarse, no hay más que seguirle en twitter, @superantipatico.

Las novelas de Juan siempre son comedias y, en opinión del librero, Un amigo en la ciudad es la que le ha salido más redonda. Comedia, sí, pero con trastienda.

En realidad la novela trata de algo simple de enunciar, pero muy difícil de construir a través de una narración: la perplejidad ante el curso normal de los acontecimientos.

Como muchos de sus protagonistas. Andrés está perplejo ante lo que todos damos por sabido, y se subleva contra la vida cotidiana. Una insurrección tan inevitable como destinada al fracaso.

Siempre me hizo gracia la perplejidad de Juan al publicar su primera novela, que no sabía cómo firmar. Juan Aparicio aún suena (a quienes tenemos cierta edad) a escritor fascista. Juan Belmonte, a matador de toros. ¿Y Juan Aparicio Belmonte? Pues me temo que a ganador de Juegos Florales o del concurso de relatos de una población rural con un concejal de cultura emprendedor. ¿Qué hacer? ¿Inventarse un seudónimo? ¿No es acaso una excentricidad imperdonable publicar con seudónimo? Me consta que Juan se devanó los sesos durante semanas, hasta que decidió aceptar su nombre y dos apellidos, que ahora ha convertido ya en nombre de excelente novelista.



Vente el jueves a charlar con Juan de su novela y de todo lo demás.

Por cierto, nuestro menú inglés se ha agotado, ya estamos preparando otro.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Un menú inglés

Tras consultas con Isaac Rosa, hemos confeccionado el nuevo Menú Fuenfría.

El librero consulta al novelista

Se trata de un menú de inspiración británica, irónica, despiadada y carnívora..

PRIMER PLATO
Lectura y locura, de G.K. Chesterton. 10 euros

SEGUNDO PLATO
El coleccionista, de John Fowles.  23 euros

POSTRE:
El asesino de las bellas artes, de Charles Dickens y Oscar Wilde. 10,95 euros

El primer plato es una copiosa ensalada de esas las que se les echa de todo lo que uno encuentre, hasta maíz, pan frito, hojas arrancadas de macetas, queso de cabra, gambas, cebolla, berberechos y pimienta. Se trata de una colección de artículos que aparecieron a principios de siglo en el Daily News y fueron recogidos en libro por primera vez, con el título Lunacy and Letters, en 1958. Esta es una preciosa edición de Espuela de Plata cuya encuadernación recuerda a una ensalada:


Entre Picwick y Falstaff, Chesterton es un escritor que al librero le gusta de primer plato, aunque le parezca, como plato principal, al mismo tiempo excesivo y escaso. Demasiadas paradojas, ironías, sarcasmos, demasiadas vehemencias y subrayados. Y a la vez escaso de sabores fuertes y más hondos. Como entrante, una maravilla; pero de segundo plato quizá hubiera sido como poner gazpacho o ensalada.

El plato fuerte es un libro que no se puede dejar de leer. Para el librero, la gran novela de John Fowles. Es como un roast-beef frío, sonrosado, algo crudo, pero acompañado de una salsa caliente con oporto. Insuperable. Es la historia de un tipo sin dinero ni educación que secuestra a una señorita con inquietudes artísticas. ¿Por qué lo hace? Pues porque está seguro de que, en cuanto ella le conozca más de cerca, se enamorará de él y dejará a esos payasos de clase alta con los que tontea. También quiere comprender, saber por qué ella se siente tan superior a él, cuál es la diferencia entre los dos, si es que la hay, o por qué su gusto en pintura, por ejemplo, es menos válido que el de ella.

Nunca volvió Fowles a escribir algo tan contundente, tan afilado, tan inquietante como esto, que fue su primera novela. Igual que el roast-beef, la novela está cocinada con pasión fría y una salsa caliente de rencor, curiosidad e insatisfacción.




¿Qué se puede tomar de postre tras una copiosa ensalada Chesterton y un contundente roast-beef Fowles? ¿Algo que mezcle el recuerdo del sabor ligero y variado del primer plato y la intensidad y rigor del segundo?

En efecto, sería como mezclar a Oscar Wilde con Charles Dickens.

Pues eso es lo que ha hecho la estupenda editorial Rey Lear en un hermoso y breve texto titulado El asesino de las bellas artes, que reúne Atrapado, de Dickens; y Pluma, lápiz y veneno. Estudio en verde, de Wilde.



El nexo es el protagonista de ambos textos, Thomas Griffiths Wainerwright, que fue (con cierto éxito), dibujante, pintor y escritor, pero también un virtuoso del veneno, en particular de la estricnina (de color verde), con la que dio cuenta de un tío suyo, de su suegra y de su cuñada Helen, de la que no toleraba que tuviera "los tobillos demasiado gruesos".

Dickens, que llegó a conocer en la cárcel al artista verdoso, cuenta su historia de forma magistral, sin ocultar cuánto le repele el individuo, pero sin escatimar tampoco la compasión. En Fuenfría los libreros no son ajenos a la haute cuisine y saben que el postre debe recordar y a la vez contrastar con la comida: la compasión de Dickens, comparable a la de Chesterton, frente a la prosa despiadada de Fowles, por ejemplo.

Wilde en cambio sigue, como cabía esperar, la senda irónica y elegante de Thomas de Quincey (que por cierto fue amigo de Wainerwright, el virtuoso de la estricnina), provocando por tanto nuevas evocaciones y contrapuntos con la frialdad ardiente (digamos) de Fowles y el energumenismo pirotécnico de Chesterton.

Un postre perfecto para un menú insuperable, que sólo puede rematarse con un café y una copa de coñac Larios 1886.

¡Buen provecho!

domingo, 1 de septiembre de 2013

¿Dónde colocar ciertos libros?

¿De qué estarían hablando la librera y el novelista Isaac Rosa? ¿Tramarían algo? ¿Complotarían? ¿Estarían coqueteando? O peor aún, ¿planearían el detonador de la revolución tomando el palacio de invierno del Banesto en Cercedilla?

Algo traman Isaac Rosa y la librera
De momento sólo podemos anticipar que Librería Fuenfría y la tertulia de Peña Pintada participarán en el lanzamiento internacional-cosmonáutico de la nueva novela-proyectil de Isaac, La habitación oscura, una fábula incómoda que se pregunta qué hacer (o qué hacemos aquí, y a oscuras).

Nadie que no fuera Isaac podría haberse dado cuenta de algo que da que pensar (y provoca carcajadas).

Cuando cambiamos de sitio la librería nos hicimos un lío con las estanterías, que tenían unas etiquetas puestas con el tipo de libro que contenían. En el nuevo local pusimos los libros de otra manera y, al final, algún que otro libro quedó en una estantería con un rótulo que no le correspondía. Por ejemplo éste:


¿Está en la sección correcta o no?
A Isaac le pareció que el libro había caído, por azar, en la sección más indicada para el retrato de ese matrimonio.

¿Tú que crees? ¿Dónde habrías colocado tú Juan Carlos y Sofía, retrato de un matrimonio, de Jaime Peñafiel? ¿En "Fantasía y ciencia-ficción", como nosotros o más bien la casualidad? ¿En "Terror y gótico"? ¿En "Porno para mamás"? ¿Directamente en "Gore" o en "Auto-ayuda"?

Un poco más abajo ya empiezan los libros para los más pequeños de la casa, donde quizás también habría sido bien acogido.

Sin embargo, cuando vino la sobrina de los libreros, Alicia, aseguró que el libro le parecía "muy feo".

Cuánto criterio en pocos años de edad y qué resplandor le dio a la librería la visita de Alicia, que tuvo que asomarse a la puerta porque la sonrisa no le cabía en el interior:


La mejor sonrisa de la librería

miércoles, 28 de agosto de 2013

Menú Fuenfría

En la librería hay un menú del día, aunque a veces dura varios días, porque ya se sabe que los platos de cuchara están mejor recalentados al día siguiente.

Ahora los libreros ofrecen este menú:

Los libreros con el menú Fuenfría

De primero: El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgeral, por sólo 8,95.
De segundo: Un momento de descanso, de Antonio Orejudo, por sólo 17.
De postre: las Poesías Completas, de César Vallejo, a 16.

Los libreros consultan con expertos en nutrición, por supuesto, para componer un menú equilibrado, qué te creías.

El primer plato es un clásico moderno, algo así como una ensalada fresca y sabrosa o un cóctel de gambas, que desde el primer bocado te coge por las solapas. Así empieza El Gran Gatsby:

In my younger and more vulnerable years my father gave me some advice that I’ve been turning over in my mind ever since.
“Whenever you feel like criticizing any one,” he told me, “just remember that all the people in this world haven’t had the advantages that you’ve had.”
Que debe de ser, sobre poco más o menos:

Cuando me encontraba en una edad más joven y vulnerable, mi padre me dio un consejo al que desde entonces no he dejado de dar vueltas en mi cabeza.
--Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien --me dijo-- sólo tienes que recordar que no todo el mundo ha tenido las mismas ventajas que tú.
 ¿Quién podría resistirse a probar un primer plato tan espectacular?

Ayer se nos acabó el segundo plato, que era Reconstrucción, de Orejudo, y tuvimos que sustituirlo por otra novela del mismo autor que teníamos en una tupper en el almacén. Un momento de descanso es una gran novela, tan sólida y tan digestiva como un roast-beef o un lomo alto a la parrilla; una sátira de la universidad española rellena de una reflexión insólita y sugerente sobre la claudicación.

Los libreros sospechan que hoy se les va a acabar el postre, y a ver qué les pondrán a los lectores si se quedan sin Vallejo.

Vivir sin haber leído a Vallejo es algo que da lástima.

Si se acaba Vallejo en una librería, cunde el pánico.

Ganas dan de empezar a recitar...

Hoy me gusta la vida mucho menos,
pero siempre me gusta vivir: ya lo decía. 

Y seguir hasta acabar a gritos el poema:

Me gusta la vida enormemente
pero, desde luego,
con mi muerte querida y mi café
y viendo los castaños frondosos de París
y diciendo:
Es un ojo éste, aquél; una frente ésta, aquella... Y
repitiendo:
¡Tanta vida y jamás me falla la tonada!
¡Tantos años y siempre, siempre, siempre!

Más que un postre, Vallejo es postre con café y copa y puro.

martes, 27 de agosto de 2013

El librero tarambana

Se va acabando el verano y los libreros ya han aprendido cómo mantener un gran fondo en la librería. Es muy sencillo: de todos los encargos que hagan los clientes, hay que pedir dos o tres ejemplares.

La Librería Fuenfría es, quizá como todas, obra de sus lectores.

En este caso llevaba muchos años de funcionamiento con el maestro librero Eduardo Gómez de Enterría y, por tanto, ya tiene muchos clientes que encargan aquí sus libros. De esas elecciones se fían los aprendices de libreros: cuando les piden Lectura y locura, de Chesterton, ellos encargan dos; si alguien quiere Klaus y Lucas, de Agota Kristof, pues se piden tres y asunto concluido.

Los libreros aprendices se fían de los clientes del maestro librero, porque saben que tienen criterio y buen gusto.

En Cercedilla no sólo hay buenos lectores, sino que también tenemos un clásico, que viene al pueblo en cuanto sale el sol: Luis Mateo Díez.

Si hace bueno, podemos ver a nuestro clásico de paseo, tomando algo con los nietos o en la tertulia de Peña Pintada, como sucedió el otro día.

Nadie podía presentar mejor a Luis Mateo que Eduardo, el maestro librero.

Eduardo entre Margarita y Luis Mateo

La tertulia estaba bastante a rebosar, la verdad sea dicha:


Hablamos de La piedra en el corazón, una de las obras menos complacientes de Luis Mateo, que más exige al lector. Tanto es así que algunas páginas se leen más como cálculo en el riñón que como piedra en el corazón. Y sin embargo, una de sus obras más misteriosas: por despojada, por su trayectoria de flecha que alcanza su blanco en línea recta, por su ausencia de piedad y su casi ensañamiento. Una novela que habla de la culpa, pero también del daño. Del dolor, aunque sin olvidar el cálculo, los asientos contables del comercio de emociones, el arqueo de caja del corazón y su inevitable quebranto de moneda.

Generoso, como siempre, Luis Mateo nos dedicó horas, se dejó preguntar de todo, recibió con la misma alegría parabienes y reclamaciones.

Nos contó que su escritura eran "maneras de emboscarse", "el arte de buscar un escondite"; nos habló de su infancia y el desván del ayuntamiento en la posguerra; mencionó arquetipos entre Jung y Propp, esos nervios alrededor de los que se teje toda narración: el estanque, el castigo, la doncella, etc. Y tampoco dejó de recordar que, como un personaje de relato clásico: "Estoy en deuda con mi destino, como lo estamos todos".



También se alegró de que la Librería Fuenfría siguiera y le deseo suerte. Que fuera con los nuevos libreros, tan bulliciosos y buscarruidos, tan bien que como había ido con Eduardo, el maestro librero apacible y comedido.

-Que vaya bien el tránsito del librero esfinge al librero tarambana.

Así lo resumió, asestándole al nuevo librero un mote definitivo.

Cuando todo un clásico te endosa un mote, hay que llevarlo como una condecoración.

El librero, al llegar a casa, miró el diccionario académico y no dejó de darle la razón a Luis Mateo. Una esfinge se llama a quien "adopta una actitud reservada o enigmática", mientras que tarambana es la "persona alocada, de poco juicio".

La charla seguía y, como de costumbre, al anochecer, aún bajo el palio sonrosado de la luz crepuscular, Pedro sacó su frontal para leer poesías que el librero tarambana escuchaba embobado:




Así nos vio la querida Amai, multiplicando la librería otra vez, así dibujó al librero esfinge, al tarambana y a la librera resplandeciente:


Gracias, Amai.

martes, 20 de agosto de 2013

La mirada de los demás

Hay una novela de Juan Benet que comienza con esta frase lapidaria (citada de memoria): "A veces me pregunto, si no fuera por los demás, qué sabríamos de nosotros mismos".

La mirada de los otros es la que nos hace (o nos deshace).

Algo parecido escribió el poeta gallego Uxío Novoneyra:

Yo no soy como te quiero

Ni yo, toma del frasco o nos ha merengao (a elegir una entre ambas detestables expresiones).

¿No somos todos otro distinto de como queremos?

Ojalá algún día, o a media tarde un sábado, lográramos parecernos a como somos cuando queremos.

A menudo la mirada de los demás es despiadada y puede convertir a un buen muchacho en el Gordito Relleno de la clase o en el Cuatro Ojos; a una chica amable, en La Que Traga o en Mary Evax, la que nunca se despega, ni se mueve, ni traspasa, y hasta te puedes meter en el agua con ella.

A veces la mirada de los demás nos arrincona por debajo de nuestras posibilidades, nos encierra en el sótano. Nos disminuye.

Otras veces, en cambio, hay miradas tan benévolas, tan radiantes, tan amigas, que nos ofrecen la mejor de nuestras posibilidades. A André Gide (¿o fue a Mauriac?) le preguntaron quién le habría gustado ser. "Moi même, mais réussi", respondió, como quien dice: yo mismo, pero logrado.

Nos ha merengao (o toma del frasco). Tacha lo que no proceda.

Ojalá pudiéramos llegar a ser la persona que somos, pero lograda, pasada a limpio, en la mejor versión de nosotros mismos. Ojalá uno pudiera cantar en voz alta con voz tan afinada como suena dentro de su cabeza.

A veces la mirada de los demás nos empuja a lograrnos, nos abre la ventana que da a nosotros mismos. Nos multiplica.

Eso le está pasando a la Librería Fuenfría, que tiene tantos amigos como quería tener Roberto Carlos, y que a menudo la ven con buenos ojos.

Esta es la librería vista por Esther, que hizo esta pintura de la fachada:


Librería Fuenfría pintada por Esther


Los libreros quisieran que la librería llegara a parecerse a la que hay en la mirada de Esther, ese lugar amable, cordial y acogedor, en el que entre alguien como tú.