viernes, 27 de febrero de 2015

Así termina... y vuelve a empezar

Pues no había escrito nada aquí el librero desde el 4 de julio.

Por tarambana, qué duda cabe.

También en parte porque no daba abasto. Ayer por fin acabó el esfuerzo de unos años, con la llegada del primer ejemplar de Un árbol caído.




Este es el resultado, pero así empezó todo, como empieza siempre, con un papel y un lápiz:




El tarambana madruga y se encierra en la trastienda de Librería Fuenfría, con muchos lápices, tinta y plumillas, y unas pizarras que siempre están llenas de tiza. Es el trabajo de carpintería, el más laborioso pero también el más entretenido, cuando hay que construir el mecanismo interno, lo que hace moverse las manecillas que luego darán la hora en la novela. O atrasarán. O se quedarán paradas.

Hay que tener abundancia de tabaco y paciencia, y una testarudez de acero.

A veces pasa capítulos a máquina o en un ordenador:



Hay ratos de enredar mucho con carpetas de gomas y sacapuntas, de cambiar otra vez la primera frase, de apuntar en cuadernos las fechas de nacimiento y otros datos de los personajes, de dibujar algunas escenas, para poder contarlas con más precisión.

Había una escena de una cena que el librero tuvo que dibujar para enterarse bien de dónde estaba sentado cada comensal y con quién hablaba y a quién miraba:






Llega un momento en que "el muerto" se convierte en un imán y se lo traga todo. Lo que el tarambana oye en el bar, lo que lee en el periódico, lo que le cuentan, lo que se le ocurre de pronto en la ducha... ¡todo trata de lo que él está escribiendo, pero qué casualidad! Todo ayuda al convento. Debe de ser algo parecido a lo que le sucede a la que se queda embarazada, que de pronto empieza a ver por todas partes embarazadas, y los vagones de tren, los autobuses, las tiendas y las aceras se llenan de barrigas. Un provechoso desarreglo de la atención que consigue que sólo te interese lo que te resulta útil.

El tarambana cree que, cuando a su alrededor sólo ve embarazadas, será que está preñado de algo que hay que sacar adelante: es la primera señal de que la cosa avanza.

La gestación avanza hasta el momento en el que por fin el tarambana tiene tres carpetas, cada una con una parte de la novela.



Es la hora de llamar a consultas a los cómplices de siempre, el temible Orejudo, Eduardo y Chavi, la familia, los amigos carpinteros y el implacable editor, Juan Cerezo.

Cerezo viene unas cuantas veces a Madrid y se va a tomar vinos con el tarambana. El editor tirita de frío en sucesivas terrazas entre Atocha y Neptuno, pero sabe que el tarambana fuma como una coracha, así que miente con generosidad y siempre propone tomar el vino fuera, que se ha quedado una tarde muy agradable, ¿verdad? Sobre la mesa siempre hay un paquete de manoseados folios, llenos de tachaduras, enmiendas, notas al margen, el resultado de la lectura que Cerezo ha llevado a cabo armado con su lápiz reglamentario, afilado como un escalpelo, doloroso a veces como una lanzada.

Hay discusiones, regateos y refriegas. No hay compasión: Cerezo, igual que los cómplices habituales, sabe que éste es el momento en que todavía tiene arreglo. Por encima de la pereza del tarambana, de su prisa por terminar, de su tendencia a la chapuza, se ha propuesto obligarle a que escriba la mejor novela que sea capaz de escribir. Con amabilidad, si es posible; a puñetazo limpio, si no hay otra forma de hacerle trabajar de una vez.

--Vale, te quito toda la auto-ficción y esos títulos esotéricos en cada capítulo, pero dejo a las chicas como están.

--No es posible, mira que lo siento, ¿es que no te das cuenta de que son personajes desaprovechados? ¿Te pido otro vino? Venga, sí, que te va a sentar genial. No puedes dejar a esas dos mujeres así, abocetadas. Luego te arrepentirás. Y no es para tanto, si casi lo tienes...  Te falta un empujoncito. Si no, se te aparecerán en sueños, tendrás pesadillas, te empaparán la almohada de lágrimas y reproches:  "Nos abandonaste a medias, personajes planos, de cartón piedra, sin tres dimensiones... ¡Y todo por no sentarte en la silla otro par de semanas!"... Porque eso son dos semanas, Reig, te lo garantizo, igual diez días, si es que ya lo tienes casi todo hecho....

Y así todo el rato.

El tarambana dice que nones, terco como una mula, pero, de vuelta a Cercedilla, a solas en el autobús de Larrea, con las orejas rojas por el calor, se da cuenta de que Cerezo tiene razón. De que los cómplices tienen razón. En Larrea la política de la empresa es que el conductor vaya cómodo, en mangas de camisa, aunque los cincuenta pasajeros, que vienen abrigados de la calle, alcancen su punto de ebullición, lo que favorece el afloramiento de la mala conciencia.

Y a la mañana siguiente vuelve a la trastienda, pone Radio Clásica, enciende un cigarrillo, se sienta ante otro montón de folios, apaga la radio en cuanto empiezan con el dichoso Dvorák, que es algo que esa emisora no puede evitar cada veinte minutos, coge un lápiz y se pone a escribir despacito, vuelve a poner la radio... un momento, ¡no puede ser! Si eso es lo que él estaba buscando, la solución, si resulta que ese cuarteto de cuerda de Beethoven, el número 13, opus 130, en realidad trata de lo mismo que él quería escribir. Vuelve a coger el lápiz.Pero no era tan fácil. Se pone a leer los diarios de Musil. ¿Será posible que Musil también trate de lo mismo? "La belleza es un término medio", eso es, lo mismo que dice Musil. El muerto está imantando todo, todo trata de lo mismo. Ahora está más claro... hay que seguir por ahí...

¡Dos semanas! Otro mes le lleva al tarambana, treinta días enteros. Y ha perdido la cuenta de las zarabandas del condenado Dvorák que ha tenido que escuchar, qué suplicio.

Un día, sin embargo, cuando menos lo espera el tarambana, el trabajo está acabado.

Así termina, brindando con los primeros ejemplares.

Ahora empieza otra cosa. Crucemos los dedos.


2 comentarios:

  1. ¡Enhorabuena! Me pasaré a por mi ejemplar dedicado :)

    Soy la chica que sube desde Los Molinos y te habló de la autobiografía de Marcos Ordoñez.

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